domingo, 23 de febrero de 2014

UN PASEO POR EL TIEMPO: POLONIA (2ª parte)

Hoy ha lucido el sol en París y, pasé parte de la tarde con un amigo en un parquecito charlando sobre cosas de la vida y, al final, nuestra conversación terminó derivando en uno de los episodios de la historia que más despiertan mi interés, la II Guerra Mundial. Así que, hoy me parece un buen día para saldar mi cuenta pendiente con ese hermoso país que es Polonia y al que espero regresar no una, sino muchísimas veces.
Entre los muchos defectos de una postdoc española por el mundo, uno es mi limitado conocimiento en Historia. Desgraciadamente, nunca fui buena en retener fechas, nombres de personajes históricos o de lugares. De modo que, intento hablar poco de Historia y escuchar mucho a la gente que sabe (bien porque son expertos en la materia, como mi amigo Fernando, o porque sus habilidades les permiten retener datos importantes y relacionar todos ellos, como mi padre o mi hermano).
En realidad no tengo una razón para explicar por qué me atrae tanto la Historia relacionada con la II Guerra Mundial pero, cuando supe que tenía la oportunidad de ir a Polonia a un congreso mi cabeza pensó en la oportunidad para conocer uno de los lugares de los que, los no expertos en Historia más hemos oído hablar en relación a este hecho histórico.

Cuando llegué a Cracovia, además de sentirme en casa por la amabilidad de la gente, me sentí en casa por el tamaño que tiene la ciudad y, porque, igual que Salamanca (mi ciudad) en cada rincón de Cracovia parece respirarse un trozo de Historia. A diferencia de Varsovia que fue destruida por los nazis durante la guerra, Cracovia no fue bombardeada (ya que, los dirigentes del ejército alemán que estaba en Polonia decidieron establecer en Cracovia, por su ubicación, la ciudad dónde residir). Esto ha permitido que Cracovia conserve todo su encanto y en sus calles se perciba los distintos toques de la historia del país (desde la “unión” con Lituania, pasando por la invasión Austriaca, Húngara, Alemana, Rusa…).
Fachada del Colegio Maius, el edificio universitario más antiguo de Polonia

Interior del Colegio Maius

Basílica de San Francisco de Asis

Iglesia de San Andrés

Barbacana (fortificación Medieval)

Calle Florianska

Basílica de Santa María
Plaza del Mercado 
Torre del antiguo Ayuntamiento
Basílica de Santa Trinidad

Catedral de Wawel -Castillo de Wawel

Castillo de Wawel
Dragón de Wawel
Muralla defensiva (s. XIII)

Una de las cosas que más me llamaron la atención en Polonia fue su gran unión de la población a la vida religiosa. Uno podría pensar que esta devoción es debida a que el Papa Juan Pablo II nació en Wadowice (una población situada a 50 km de Cracovia). Sin embargo, oyendo hablar a los jóvenes polacos con los que me crucé durante mis días en Cracovia, llegué a la conclusión de que, para ellos la iglesia no era algo lejano al pueblo ya que, durante la II Guerra Mundial, los religiosos polacos también fueron perseguidos por el ejército nazi (de ahí los conocidos como 108 mártires de Polonia, todos religiosos a excepción de 9 laicos, beatificados por Juan Pablo II en el año 1999).



Como anécdota a este respecto, recuerdo el momento en que paseando llegamos a la Iglesia de San Florián. En esta iglesia, Juan Pablo II ejerció como religioso durante dos años. Tras entrar en la iglesia para ver su interior mis acompañantes me ofrecieron dejarme sola durante unos instantes para que pudiese rezar. Y, aunque en cualquier otra circunstancia, una hubiese reconocido su lejanía con respecto a la Iglesia… en este caso, decidí optar por el silencio por miedo a ofender a mis acompañantes, al fin y al cabo, he de reconocer que Juan Pablo II siempre fue alguien que me cayó bien, quizás porque su naturaleza polaca le hacía de por sí una persona entrañable (a día de hoy, aún no he conocido una sola persona polaca que no merezca la pena habértela cruzado por el camino así que, mi teoría es que, los polacos por naturaleza son personas entrañables). Así que, ahí estuve, sentada durante unos minutos observando a la gente cómo rezaba mientras me preguntaba cuánto tiempo más o menos se tarda en rezar para no salir demasiado pronto de la iglesia.



Pero, si Cracovia como ciudad es un monumento en sí, sus alrededores no dejan tampoco indiferente.
Próxima a Cracovia se encuentra otra ciudad llamada Wieliczka. Aquí se localizan las Minas de Sal de Wieliczka, declaradas en 1978, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Lo hermoso de este lugar, a parte del interés que uno pueda tener por saber cómo es una mina de sal, claro, es que los propios mineros tallaron en la roca personajes míticos e históricos. Destacando la capilla, completamente elaborada sobre la roca.


















Cuando mis días en Cracovia y alrededores terminaron, puse rumbo a Varsovia. En el caso de esta ciudad, capital de Polonia, el centro fue destruido durante los acontecimientos del Alzamiento de Varsovia en el año 1944 y, eso queda plasmado en el tipo arquitectónico de la ciudad. No obstante, a pesar de ese aspecto de ciudad moderna, las calles de Varsovia tampoco escapan a la Historia. Quizás, en este caso menos ligadas a la II Guerra Mundial y, más unidas a un personaje histórico de suma importancia en la Ciencia y, sin duda alguna, en el papel de las mujeres en la Ciencia. Y, es que, fue esta ciudad, la más grande del país, la que vio nacer a la conocida Marie Curie en el año 1867.









Pero, a parte de este paseo por Varsovia siguiendo los pasos de Marie Curie algo que me dejó un gran recuerdo fue el trayecto desde Cracovia a Varsovia. Cuando planifiqué mi viaje decidí hacer este trayecto en tren porque, a diferencia del avión, incluso del autobús, el tren siempre te permite explorar mejor el paisaje.
Este trayecto en tren, fue además un viaje en el tiempo. El tren en el que viajé no tenía nada que ver con los trenes modernos tipo AVE o TGV. Estaba formado por pequeños compartimentos en los que podían viajar en cada uno hasta cuatro personas. Conmigo tan sólo viajaba una persona más. Era un hombre, no muy mayor, unos 50 años aproximadamente, vestido de traje. Se trataba de un religioso, algo que deduje por el alzacuellos blanco que asomaba bajo su jersey.
Cuando apenas había transcurrido una hora de viaje, un señor con traje de revisor entró en el compartimento en el que viajaba y, me dijo algo en polaco. Yo iba tan absorta en el paisaje que su llegada pareció sacarme de un sueño. Me quedé mirándole sin entender nada. Por un lado pensé que me estaba pidiendo mi billete pero, deduje que no era así porque el hombre en vez del aparatito para picar el billete traía un carrito con jarras de té/café y galletas. Después de que el señor que venía con el carrito me repitiese varias veces la misma frase, el religioso polaco se dio cuenta de que era extranjera y no entendía lo que me estaba preguntando así que, muy amablemente me explicó en inglés que, venían a traernos el desayuno y que el hombre quería saber si tomaría té o café. Tras este primer intercambio de palabras con el religioso y, mientras desayunábamos, el religioso polaco y yo mantuvimos una agradable conversación, en la que él me contaba cosas sobre Polonia y, además, me preguntaba sobre mi país de origen, España y mi vida en Francia y, que duró hasta nuestra llegada a Varsovia, .


Tras mis días en Varsovia, regresé a París. Con la sensación de deberle mucho más tiempo a Polonia y sabiendo que me dejaba muchos lugares que "conozco" pero que aún no pude descubrir, como por ejemplo la ciudad de Poznan. 

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