Hoy ha lucido el sol en París y, pasé parte
de la tarde con un amigo en un parquecito charlando sobre cosas de la vida y,
al final, nuestra conversación terminó derivando en uno de los episodios de la
historia que más despiertan mi interés, la II Guerra Mundial. Así
que, hoy me parece un buen día para saldar mi cuenta pendiente con ese hermoso
país que es Polonia y al que espero regresar no una, sino muchísimas veces.
Entre los muchos defectos de una postdoc
española por el mundo, uno es mi limitado conocimiento en Historia.
Desgraciadamente, nunca fui buena en retener fechas, nombres de personajes
históricos o de lugares. De modo que, intento hablar poco de Historia y
escuchar mucho a la gente que sabe (bien porque son expertos en la materia, como
mi amigo Fernando, o porque sus habilidades les permiten retener datos
importantes y relacionar todos ellos, como mi padre o mi hermano).
En realidad no tengo una razón para explicar
por qué me atrae tanto la Historia relacionada con la II Guerra Mundial
pero, cuando supe que tenía la oportunidad de ir a Polonia a un congreso mi
cabeza pensó en la oportunidad para conocer uno de los lugares de los que, los
no expertos en Historia más hemos oído hablar en relación a este hecho histórico.
Cuando llegué a Cracovia, además de sentirme
en casa por la amabilidad de la gente, me sentí en casa por el tamaño que tiene
la ciudad y, porque, igual que Salamanca (mi ciudad) en cada rincón de Cracovia
parece respirarse un trozo de Historia. A diferencia de Varsovia que fue
destruida por los nazis durante la guerra, Cracovia no fue bombardeada (ya que,
los dirigentes del ejército alemán que estaba en Polonia decidieron establecer
en Cracovia, por su ubicación, la ciudad dónde residir). Esto
ha permitido que Cracovia conserve todo su encanto y en sus calles se perciba
los distintos toques de la historia del país (desde la “unión” con Lituania,
pasando por la invasión Austriaca, Húngara, Alemana, Rusa…).
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Fachada del Colegio Maius, el edificio universitario más antiguo de Polonia |
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Interior del Colegio Maius |
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Basílica de San Francisco de Asis |
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Iglesia de San Andrés |
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Barbacana (fortificación Medieval) |
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Calle Florianska |
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Basílica de Santa María |
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Plaza del Mercado |
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Torre del antiguo Ayuntamiento |
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Basílica de Santa Trinidad |
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Catedral de Wawel -Castillo de Wawel |
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Castillo de Wawel |
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Dragón de Wawel |
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Muralla defensiva (s. XIII) |
Una de las cosas que más me llamaron la
atención en Polonia fue su gran unión de la población a la vida religiosa. Uno
podría pensar que esta devoción es debida a que el Papa Juan Pablo II nació en
Wadowice (una población situada a 50
km de Cracovia). Sin embargo, oyendo hablar a los
jóvenes polacos con los que me crucé durante mis días en Cracovia, llegué a la
conclusión de que, para ellos la iglesia no era algo lejano al pueblo ya que,
durante la II Guerra Mundial, los religiosos polacos también fueron
perseguidos por el ejército nazi (de ahí los conocidos como 108 mártires de
Polonia, todos religiosos a excepción de 9 laicos, beatificados por Juan Pablo II
en el año 1999).
Como anécdota a este respecto, recuerdo el
momento en que paseando llegamos a la Iglesia de San Florián. En esta iglesia,
Juan Pablo II ejerció como religioso durante dos años. Tras entrar en la
iglesia para ver su interior mis acompañantes me ofrecieron dejarme sola
durante unos instantes para que pudiese rezar. Y, aunque en cualquier otra
circunstancia, una hubiese reconocido su lejanía con respecto a la Iglesia… en
este caso, decidí optar por el silencio por miedo a ofender a mis acompañantes,
al fin y al cabo, he de reconocer que Juan Pablo II siempre fue alguien que me
cayó bien, quizás porque su naturaleza polaca le hacía de por sí una persona
entrañable (a día de hoy, aún no he conocido una sola persona polaca que no
merezca la pena habértela cruzado por el camino así que, mi teoría es que, los
polacos por naturaleza son personas entrañables). Así que, ahí estuve, sentada
durante unos minutos observando a la gente cómo rezaba mientras me preguntaba
cuánto tiempo más o menos se tarda en rezar para no salir demasiado pronto de
la iglesia.
Pero, si Cracovia como ciudad es un monumento
en sí, sus alrededores no dejan tampoco indiferente.
Próxima a Cracovia se encuentra otra ciudad
llamada Wieliczka. Aquí se localizan las Minas de Sal de Wieliczka, declaradas
en 1978, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Lo hermoso de este lugar, a
parte del interés que uno pueda tener por saber cómo es una mina de sal, claro,
es que los propios mineros tallaron en la roca personajes míticos e históricos.
Destacando la capilla, completamente elaborada sobre la roca.
Cuando mis días en Cracovia y alrededores
terminaron, puse rumbo a Varsovia. En el caso de esta ciudad, capital de
Polonia, el centro fue destruido durante los acontecimientos del
Alzamiento de Varsovia en el año 1944 y, eso queda plasmado en el tipo
arquitectónico de la ciudad. No obstante, a pesar de ese aspecto de ciudad
moderna, las calles de Varsovia tampoco escapan a la Historia. Quizás, en este
caso menos ligadas a la II Guerra Mundial y, más unidas a un personaje
histórico de suma importancia en la Ciencia y, sin duda alguna, en el papel de
las mujeres en la Ciencia. Y, es que, fue esta ciudad, la más grande del país, la
que vio nacer a la conocida Marie Curie en el año 1867.
Pero, a parte de este paseo por Varsovia
siguiendo los pasos de Marie Curie algo que me dejó un gran recuerdo fue el
trayecto desde Cracovia a Varsovia. Cuando planifiqué mi viaje decidí hacer
este trayecto en tren porque, a diferencia del avión, incluso del autobús, el
tren siempre te permite explorar mejor el paisaje.
Este trayecto en tren, fue además un viaje en
el tiempo. El tren en el que viajé no tenía nada que ver con los trenes
modernos tipo AVE o TGV. Estaba formado por pequeños compartimentos en los que
podían viajar en cada uno hasta cuatro personas. Conmigo tan sólo viajaba una
persona más. Era un hombre, no muy mayor, unos 50 años aproximadamente, vestido
de traje. Se trataba de un religioso, algo que deduje por el alzacuellos blanco
que asomaba bajo su jersey.
Cuando apenas había transcurrido una hora de
viaje, un señor con traje de revisor entró en el compartimento en el que
viajaba y, me dijo algo en polaco. Yo iba tan absorta en el paisaje que su
llegada pareció sacarme de un sueño. Me quedé mirándole sin entender nada. Por
un lado pensé que me estaba pidiendo mi billete pero, deduje que no era así
porque el hombre en vez del aparatito para picar el billete traía un carrito
con jarras de té/café y galletas. Después de que el señor que venía con el
carrito me repitiese varias veces la misma frase, el religioso polaco se dio cuenta
de que era extranjera y no entendía lo que me estaba preguntando así que, muy
amablemente me explicó en inglés que, venían a traernos el desayuno y que el
hombre quería saber si tomaría té o café. Tras este primer intercambio de
palabras con el religioso y, mientras desayunábamos, el religioso polaco y yo
mantuvimos una agradable conversación, en la que él me contaba cosas sobre Polonia y, además, me preguntaba sobre mi país de origen, España y mi vida en Francia y, que duró hasta nuestra llegada a
Varsovia, .
Tras mis días en Varsovia, regresé a París. Con
la sensación de deberle mucho más tiempo a Polonia y sabiendo que me dejaba
muchos lugares que "conozco" pero que aún no pude descubrir, como por ejemplo la
ciudad de Poznan.
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