lunes, 17 de diciembre de 2012

Camino de las Navidades a ritmos caribeños

Parece que se acercan las Navidades. Yo nunca he sido amante de estas fiestas pero, desde que hace más de 7 años, hice la maleta para irme de mi ciudad a recorrer el mundo buscando descubrir los misterios de la Ciencia, a partir de mediados de Diciembre empiezo a sentirme como un niño esperando sus vacaciones y, a los Reyes Magos, a Papá Noël o al Olentzero, según las preferencias de cada uno. Sigo sin ser muy amante de las Navidades pero, no dejan de ser dos semanas de vuelta a casa. Reencuentro con la familia, con los amigos... vuelta a ese pueblo, tres veces más pequeño que la Ciudad Universitaire de París en donde vivo. 
Es en esta época cuando te da por pensar y recordar. Y, el otro día, quizás añorando un rayito de sol entre las nubes grises de París, recordé mi primer viaje al "extranjero" (es decir, fuera de Francia) de mi post-doc, del 2 al 12 de Diciembre del 2011.  

Todo comenzó el día que mi amigo a la vez que compañero de post-doc Fede vino a hablarme sobre un congreso en un sitio llamado Aruba. Me podía haber dicho Aruba o cualquier otro nombre porque, de inicio no lo ubiqué en el mapa hasta que nombró la palabra Caribe. Aruba es una isla de las Antillas Holandesas situada a 25 km de la Península de Parguaná (Venezuela). Hasta entonces, yo nunca me había sentido muy atraída por ninguna isla del Caribe o, al menos, no para irme de vacaciones a uno de esos complejos hoteleros con todo tipo de lujos y distracciones pero, esta vez, la Ciencia me iba a dar la oportunidad de probar algo desconocido para mi.


Decidimos hacer un viaje de dos semanas. Una semana de congreso y, una semana para conocer la isla. Obviamente, la semana del congreso nos alojaríamos en el mega-hotelazo donde se organizaba el congreso, situado, obviamente, en la parte más "turística" de la isla. La situación a nuestra llegada fue, cuando menos, curiosa. Fuimos Fede, Gus, Rober y yo al congreso y, si algo era evidente es que, teníamos poca experiencia en alojarnos en sitios de estos. Las maletas las dejabas en la recepción y cuando llegabas a tu habitación, allí estaban. Ibas a la piscina y, un señor te venía a dar una toalla. Tenías sed o hambre y, podías beber y comer sin restricción alguna... De hecho, para no sentirnos culpables de disfrutar bien los desayunos, las comidas, las cenas, los "coffe-break" del congreso, etc, todas las mañanas antes de desayunar íbamos al gimnasio del hotel. El caso es que, con tanto lujo, siempre había un momento de duda en el que nos mirábamos entre nosotros y, nos preguntábamos: "¿estamos seguros de que todo esto es gratis?"






Obviamente, no todo fue una vida de lujo. Tuvimos que aguantar las charlas del congreso y, fue mérito teniendo en cuenta lo que nos rodeaba y, sobre todo que, una vez más, las plantas fueron las grandes olvidadas en este congreso de "Chromatin: Structure and Function". Y, por otro lado, tampoco puedo mostraros fotos porque, para la protección de datos científicos, estaba prohibido hacer fotos dentro de las salas donde se celebraba el congreso. 
La cena de gala del congreso fue en la  playa. Porque, por supuesto, el hotel tenía entrada directa a la playa. 





Pero, el congreso acabó y, nosotros nos fuimos a la parte de la isla donde más a gusto nos sentíamos. A la parte más caribeña. Mucho más salvaje, sin grandes lujos y, a 15 minutos andando y cruzando carreteras sin semáforos para poder llegar a la playa. 





Nos alojamos en unos apartamentos en donde todo el turismo que había era de zonas próximas. Comprábamos en un supermercado como los de barrio de toda la vida en España. En el recinto de los apartamentos, había una gatita, que bautizamos con el nombre de Garfelina. Era una gata linda, acostumbrada a tener contacto humano, salvo con Rober con quién no estableció ningún tipo de amistad (aunque creo que el sentimiento era recíproco). Pensábamos que, a pesar de todo era una gata callejera y, estuvimos dándole comida y leche todos los días. Pero, resulto que no era una gata callejera sino, una gata aprovechada. Había sido adoptada por la familia que gestionaba los apartamentos y, como a todo el mundo le gustaba la gata, todo el mundo le daba de comer (además de la comida que sus dueños le proporcionaban). 




También vivimos un episodio de tormenta caribeña y, comprobamos que, existe la lluvia de ranas.



La sección española de la expedición además confirmó que a pesar de los kilómetros, nuestro carácter es similar al centro-sudamericano. Lo comprobamos el día en que unas madres habían ido a pasar unos días de descanso con sus hijos al mismo recinto de apartamentos que nosotros. Además de mosquitos que, parecían adorar la sangre española, había lagartos por todas partes. Un día, estábamos en la piscina y, los niños empezaron a acorralar a un pobre lagarto. El lagarto intentó escapar de los niños psicópatas, con tan mala suerte que, intentó pasar por uno de los agujeros de la verja por el cual no cabía y, se quedó atascado. Nadie pareció estar muy preocupados pero, algunos, somos biólogos por vocación así que, allí estuvimos utilizando nuestro ingenio para intentar liberar al lagarto sin ser atacados por él. Finalmente, todo quedó en un susto y, el lagarto pudo huir a un sitio sin niños psicópatas, nosotros no sufrimos las consecuencias de intentar salvar un lagarto cabreado y, por supuesto, los niños no recibieron ningún tipo de reprimenda ni castigo por parte de sus madres. 


Si bien, Aruba no es una isla muy grande, tiene zonas salvajes que, merece la pena visitar. Eso sí, cualquier idilio puede venirse abajo. Y, eso fue lo que nos pasó a nosotros cuando fuimos a la otra punta de la isla para llegar hasta una de las playas más bonitas que nos dijeron que había. La playa era impresionante, con un agua totalmente cristalina, colores turquesas, etc, etc pero, dependiendo de la dirección en qué mirases, las maravillosas vistas se veían interrumpidas por una petrolera estadounidense. Aún así, mereció la pena. 






Y, os preguntaréis que qué idioma hablan en Aruba. Pues, si bien tienen su propia lengua, todo el mundo habla español. En mi caso, pude practicar ruso porque, cuando estábamos en esta playa tan idílica con su petrolera de fondo, un ruso se nos acercó y nos empezó a habar en ruso, como si fuese lo más normal del mundo que le fuésemos a entender. Menos mal que mi amiga Marta, me ha preparado bien para defenderme en dicha lengua eslava, la pena es que, siempre que me surge la ocasión, ella nunca está para sentirse orgullosa de mi. Pero, esto es como nuestra asistencia a las conferencias del congreso en Aruba, la único que se puede hacer es, confiar en mi palabra.




Sin duda y, a falta de unos meses para que acabe mi etapa de post-doc Marie Curie, creo que, este será casi seguro "EL CONGRESO". Por el viaje, por la semana después del congreso y, sobre todo, por la compañía. No todo el mundo puede decir que se fue dos semanas al Caribe acompañada de tres mozos muy guapos y simpáticos o, como me han enseñado Fede y Gus a decir, con dos POTROS RE-COPADOS (dicho con acento argentino, claro). 



miércoles, 14 de noviembre de 2012

Memorias para no olvidar "nunca mais"


13 de Noviembre del 2002. Han pasado 10 años. Ese año estaba en mi tercer curso de la Licenciatura en Biología. Por aquel entonces, estaba lejos de imaginar que algún día llegaría a ser Científico.
No recuerdo qué hice ese día. Probablemente fue un día  normal.  Pero, a veces, los días más normales se marcan en el calendario y éste, para bien o para mal, quedó marcado en la memoria de mucha gente y, en esta ocasión, más intensamente en la costa del norte de España. El 13 de Noviembre del 2002, el petrolero Prestige se hundía a menos de 300 km de la costa gallega dejando escapar toneladas de fuel que formarían una marea negra. Un negro que ya advertía que sería la muerte de miles de individuos de distintas especies y de una costa que necesitará años para volver a recobrar su pureza (La costa "recuperada" diez años después (Por Ricardo Rodríguez. Fuente: Cadena Ser).

Durante semanas este hecho marcó los titulares de la prensa y de los telediarios (Los días clave de la catástrofe (Fuente: El País). Mientras los políticos peleaban entre ellos para decidir quién era el culpable (Los hombres del Prestige. Por Mariola Lourido. Fuente: Cadena Ser y Los políticos clave. Por Xosé Hermida. Fuente: El País) la costa norte española se iba hundiendo en ese fuel llamado chapapote. Y, mientras, a pie de calle, los pescadores lloraban por su costa, probablemente la costa que les vio crecer, a ellos y a sus generaciones pasadas. Quizás fue el grito de las costas muriendo por la llamada marea negra, o quizás fue las lágrimas de los pescadores pidiendo ayuda para salvarlas lo que provocó una movilización de gran parte de la sociedad, una marea blanca que declararía la guerra al chapapote (Los voluntarios del Prestige, vivir por y para el chapapote. Por Ana Martínez Concejo. Fuente: Cadena Ser).

Recuerdo que todos los días veía en la televisión las costas cubiertas por un manto negro, pájaros cubiertos de chapapote y al borde de la muerte, una marea blanca de gente que, tras horas de batalla para intentar limpiar el chapapote, acababan salpicados de petróleo (Los días más negros de Galicia. Por María Romero. Fuente: Cadena Ser). También recuerdo que, distintas asociaciones de la Universidad de Salamanca vinieron a mi facultad a pedir voluntarios. Ninguna mano limpia para ayudar a la lucha sobraba. Fue así como decidí que ese año pasaría el final de mis vacaciones de Navidad en la costa gallega, recogiendo esa basura negra que, de buen gusto hubiese enviado a los políticos de la Monclóa como “regalo” del día de Reyes por su “buen” hacer.

Diez años después aún recuerdo cuando me subí a ese autobús rumbo a Carnota. Era el 1 de Enero del 2003 y, así empecé mi año. En un autobús lleno de gente desconocida con la que compartiría una semana. Todos diferentes pero unidos por una causa. Llegamos por la tarde a nuestro destino. Nos alojamos en las casas de gente que, de forma gratuita las habían cedido para los voluntarios. Allí me rodee de los que, por unos días, serían mis compañeros de lucha: un abogado, una estudiante de primer año de Biología, una enfermera, una psicopedagoga, un ingeniero de obras públicas y, un artista del vidrio serían mi núcleo más próximo. Nunca olvidaré el compañerismo, la amabilidad y el esfuerzo de la gente de aquel pueblecito de pescadores por hacernos sentir como en casa, esa gente que se volcó para darnos todo tan sólo porque nosotros pusimos nuestras manos.
Y, desgraciadamente, tampoco olvidaré la arena de la playa cubierta por una alfombra negra, el chapapote incrustado en los poros de las rocas, esas medusas intoxicadas por el fuel, los pájaros que moribundos intentaban escapar de la marea negra, ese delfín muerto por asfixia a causa del chapapote que obstruyó su ocelo… El olor a petróleo, la sensación cuando el chapapote se iba acumulando en el traje y en los guantes, su viscosidad, su color…Esa sensación de impotencia cuando al final de la jornada mirabas el mar que amenazaba con traer, ola tras ola, ese veneno negro; esas ganas de llorar cuando, al día siguiente, había que partir de cero porque el chapapote había aprovechado la noche para ganarnos un día más la batalla.


Diez años después, hay cosas que se siguen hundiendo. Una vez más, los políticos parecen no mirar en la misma dirección que la sociedad. Hoy es un buen día para decir que “nunca mais”; para recordar a todos los que, de una forma u otra, fueron parte de esa marea blanca; para devolver la sonrisa a todos los que han vivido el chapapote no sólo una semana o un mes, sino día tras día desde hace 10 años. 



martes, 16 de octubre de 2012

Por favor, paren el mundo que yo me bajo*

A veces, la vida va tan deprisa que uno no tiene tiempo de pararse en el camino para situarse en el mundo. Una de las mejores cosas que me dio el Lago Baikal fue tiempo para pensar y situarme lejos de Internet, teléfonos móviles, televisión, periódicos...

 Todos mis entretenimientos para los ratos de descanso en el Lago Baikal

Todas las tardes, tras pasar la mañana trabajando en el camino, me sentaba sobre las piedras del suelo, a orillas del lago. Allí, sin otro ruido que las olas y, algún que otro mosquito acechando a mis venas, reflexioné sobre la vida como científico.

A la orilla del Lago Baikal. Excelente lugar para pensar.

Los que estamos metidos en este mundillo, siempre nos preguntamos lo mismo: ¿por qué sigo aquí? La vida de un post-doc español, por norma general, se planifica de dos años en dos años. Tus planes de vida tienen fecha de caducidad y, cada dos o, si eres afortunado, tres años, se renuevan.
Lo más duro siempre es dejar atrás a los amigos que, en el extranjero, son como tu familia. Por suerte siempre te llevas lo mejor de cada uno y, además, algunos se instalan para siempre en tu vida. Pero, a pesar de todo, siempre haces las maletas mirando a ese lugar que tanto añoras, pensando que, algún día, harás la maleta para volver allí donde hay algo de ti que, te niegas a llevarte contigo porque te resistes a decir adiós a ese pueblo donde creciste, a esa ciudad en la que tantos buenos ratos pasaste... Esa ciudad o pueblo a la que, cada post-doc pone nombre propio: Sevilla, Nerva, Toledo, Madrid, Ciudad Real, Vigo, Santiago, Irún, Zaragoza, Guijuelo, Salamanca, Monterrubio de Armuña, Valencia...

Uno de mis rinconcitos de España (Monterrubio de Armuña-Salamanca)

Muchos podrían decir que, si tanto añoramos nuestro rinconcito de España, ¿por qué nos marchamos? Pues bien, la Ciencia es como una carrera de fondo. Una carrera que se desarrolla por los caminos de una montaña. Hay momentos difíciles pero que, sabes que una vez superados, el camino se pondrá de tu parte. Hay otros momentos en los que, encuentras tantas obstáculos que, pareces no avanzar. A veces, te tropiezas. Otras veces, tienes la suerte de ver cosas fantásticas al alcance de muy pocos. Pasas por momentos de querer dejarlo todo pero, siempre, en el último instante, aparece algo que hace que merezca la pena seguir. Y todo esto, por un simple objetivo: alcanzar la meta. Y, una vez que llegas, tu mayor ilusión es regresar a casa y poder compartir la experiencia con los tuyos. 

 Sendero del Parque Nacional del Prebaikal. 
Merece la pena subir las cuestas sólo por ver la inmensidad del Lago Baikal a tus pies.

 Amanecer a orillas del Lago Baikal. Un privilegio para quién puede verlo.

Vistas del Lago Baikal desde el sendero del Parque Nacional del Prebaikal. 

Sin embargo, igual que España se convirtió en el país del ladrillo, la Ciencia en España es una carrera de fondo por un circuito de asfalto lleno de obstáculos: semáforos en rojo que te prohíben pasar; muros que te obligan a retroceder; cruces mal señalizados que te hacen perderte; baldosas mal fijadas con las que tropiezas y caes en medio de una multitud que, o gira la cara para otro lado o, se ríe de tu situación. 

Fotografía tomada en Mumbai (India). 
Si mi viaje al Lago Baikal fue un regalo, mi viaje a la India estuvo lleno de situaciones que me llevaron al límite. 

Ahora mismo, lejos de mi gran viaje al Lago Baikal, me pregunto para qué seguir. Supongo que, a pesar de todo, uno siempre piensa que puede encontrar una flor creciendo en mitad del asfalto y, eso es lo que mantiene esa ilusión de seguir para (si uno llega a meta antes de que, alguien sentado en un cómodo sillón en una oficina, dé por concluida la carrera) poder llegar a casa y decir que has visto una flor dando vida al asfalto. Y, si no llegas, volver sabiendo que lo has intentado, que lo diste todo a pesar de que alguien decidió, bajo su propio criterio que, tu esfuerzo no merecía ver la meta.

Desde Julio se lleva anunciando una publicación "inminente" de las convocatorias Juan de la Cierva, Ramón y Cajal y, Torres Quevedo, probablemente, la última esperanza para muchos de poder compartir la experiencia de formarnos en el extranjero y utilizarla para el avance de la Ciencia y, en general de la sociedad española. En mitad del mes de Octubre, la publicación sigue aún siendo "inminente". Hace unos días se publicó la suspensión de los contratos post-doctorales para salir al extranjero, al primera ayuda en el camino, para los que la hubiesen podido conseguir, de formarse en otros laboratorios fuera de España. Hoy se hace público un comunicado que, anuncia la suspensión de las becas predoctorales JAE del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC, la mayor institución pública de investigación de nuestro país). Con esto, directamente, algunas personas ni siquiera podrán optar a participar en esta carrera para ser Científico. 

Necesitaría volver al Lago Baikal para poder reflexionar sobre porqué queremos volver a un país donde los políticos nos gritan y nos escriben con letras gigantes que no nos quieren; que no les servimos para ganar votos; que no servimos para crear otro boom inmobiliario; que sólo servimos para crear conocimiento a corto plazo y, eso no les interesa; que el beneficio económico sólo lo damos a largo plazo, siempre más tarde de los 4 años que dura una legislatura. 

En el Lago Baikal aprendí que hay momentos en los que hay que pararse a mirar alrededor, observar, pensar. Hoy, he sentido la necesidad de pararme. 

* Cita de Groucho Marx

domingo, 14 de octubre de 2012

Viaje al Lago Baikal (III): toma de contacto, entonces, ¿repetimos?

Como en cualquier trabajo, antes de empezar, hay que saber qué es lo que hay que hacer. La que sería la primera jornada de trabajo para mejorar el camino, la hemos dedicado a revisar las condiciones de éste. 
El camino en el que íbamos a trabajar era el mismo por el que había llegado yo la noche anterior. Cuando Marta y yo nos enteramos, nos surgió la primera cuestión: ¿qué había que mejorar en un camino que estaba en perfectas condiciones?
A mitad de camino, cuando la brigadier* nos iba a explicar qué había que hacer en el camino, la primera división de opiniones fue evidente en el grupo. De un lado estábamos los procedentes de centro-oeste de Europa y el australiano. Por otro, las originarias de Rusia. Nosotros veíamos el camino en perfectas condiciones. Además, pensábamos que, ensancharlo más, como inicialmente propuso la brigadier favorecería la llegada masiva de turistas que, realmente no tienen ningún amor ni respeto por la naturaleza. La sección eslava del grupo, sin embargo, tenía otro concepto de las cosas. Un camino más perfecto, favorecería que todo el mundo pasase por él y, no se creasen caminos alternativos así, los desperfectos al medio estarían sólo concentrados en una zona. 
Yo ya conocía el camino así que, volver a ver toda la basura que deja tirada la gente que va a acampar al Lago Baikal no me sorprendió. En el caso de mis compañeros, no sólo les llamó la atención que, una zona colindante a un área protegida, pareciese un estercolero sino que, estaban asombrados (de manera negativa) por la facilidad que había en la zona para el acceso a vehículos ya que, esto favorece la acampada de gente sin ningún tipo de conciencia ecológica.


Al llegar al pueblo, algunos han comprado vodka. Hemos comprado también comida para el grupo y, nos hemos vuelto al campamento. 


Tras la comida, Marta y yo hemos ido a por unos troncos secos de árboles caídos. Las otras chicas se han ido a bañar y, los chicos se han quedado cortando la leña que Marta y yo traíamos. En uno de nuestros paseos en busca de troncos caídos, los chicos han aprovechado para "refrescarse" con un poco de vodka. El caso es que, al regresar de nuestro último paseo en busca de leña, alguno de los integrantes del grupo estaba más que contento y, como en cualquier situación de este tipo, las risas del principio y, los vómitos del final fueron los que marcaron esta segunda noche del grupo en el Lago Baikal.



* Brigadier: general de brigada.


martes, 4 de septiembre de 2012

Viaje al Lago Baikal (II): "caminante no hay camino"


Una vez en Bolshoe Goloustnoe, debo continuar para llegar al sitio donde han acampado mis compañeros. Desafortunadamente, no sé dónde está ese maravilloso sitio. En estos momentos, recuerdo que Dorothy* tuvo que seguir el camino de baldosas amarillas. Alrededor no veo ningún camino de baldosas y, mucho menos de color amarillo. Pero decido dejarme llevar por lo que me resulta más lógico y sigo el camino que parece ser más principal. 

Mi particular camino de "baldosas amarillas"

Pero no todo puede ser tan fácil y, absorta en mis propios pensamientos, las dudas deciden acompañarme: “de las 20 paradas que ha hecho el bus en este pueblecito, ¿he bajado en la correcta?” Si he bajado en la parada adecuada, genial. Pero, si no, podría estar andando en el sentido contrario. Quizás desde alguna de las otras paradas que hizo el autobús salga algún camino. ¿Y si ese supuesto camino es el correcto?
Un perro negro decide sacarme de mis reflexiones con sus ladridos. El perro está delante de mí. Me mira, me ladra así que, decido desviar mi mirada y, dejar de avanzar directa hacia él para hacerlo por un costado y, de esta manera, hacerle ver que, no quiero conflictos con él. El perro comienza a seguirme. Me paro, se me acerca, le dejo que me huela la mano y, le acaricio. A partir de este momento, equivocada o no, continúo mi viaje acompañada de un perro. Como cualquier otro integrante de esta especie de cánidos, este lindo perrito me vuelve positiva. Quizás, este peludo de cuatro patas y rasgos de perro nórdico podría ser el Hombre de Hojalata o, el Hombre de Paja o, el León que, acompañaron a Dorothy en su camino en busca del Mago de Oz. Pero, no puedo seguir mi viaje con él sin que nuestra relación sea un poco más cercana de modo que, decido ponerle un nombre: Sibir. Al andar no apoya su pata derecha trasera. Aún así, avanza más rápido que yo. Cada cierto tiempo se para, se asegura que sigo detrás y, si estoy lejos, espera.

Sibir

No sé cuanto tiempo llevo caminando. En realidad, prefiero no saberlo. Ahora, estoy casi convencida de que voy por el camino correcto. Voy cruzándome con gente hasta que, de repente, a lo lejos veo a alguien conocido, ¡Marta! Por fin, ahora sí, estaba en el buen camino, las vacaciones habían comenzado.
Mientras caminamos hacia la zona donde estaban acampados, Marta me informa de la gente que compone el resto de la expedición. Yo le cuento mi viaje. El perro negro ha desaparecido.
Al cabo de una hora, llegamos al lugar donde estaban los demás. En total éramos nueve personas: tres rusas (una de ellas la guía), un australiano, dos alemanes, un suizo y, las dos españolas (Marta y yo). Y, nuevamente, allí está Sibir, esperando nuestra llegada, convencido de que, si bien no seguimos su atajo para llegar antes, llegamos. Mi duda siempre será ¿cómo sabía que íbamos hasta allí?

Sibir esperando nuestra llegada en el campamento. 


"Hogar, dulce hogar" y, este sitio sería mi casa durante los 12 siguientes días. 

Esa noche, recuerdo que, tenía una sensación rara, de apatía. Estaba desubicada, incluso sin humor para interaccionar demasiado con el resto. Era hora de tumbarme dentro de mi saco a descansar. Al día siguiente, quizás lograse armonizarme con la naturaleza del Lago Baikal.

* Protagonista del libro “El Mago de Oz”, escrito por Lyman Frank Baum. 

domingo, 26 de agosto de 2012

Viaje al Lago Baikal (I): en busca de algún lugar en el Lago Baikal


Además de la ley de Gravitación Universal, hay otras leyes, también universales no escritas que son el pan nuestro de cada día. Todas estas leyes se acumulan en un compendio de leyes llamado leyes de Murphy. En honor a  Edward A. Murphy Jr. que durante la década de los 50 del pasado siglo, “postuló” la Ley de Murphy: “si algo puede salir mal, saldrá mal”. 
Cuando trabajas en el laboratorio, debido a ese rigor experimental de los científicos que, obviamente, marca nuestros experimentos, las leyes de Murphy, siempre, siempre se cumplen. Y, esta vez, no iba a ser menos.
Tras un par de meses en los que ninguno de mis trabajos parecía avanzar, en uno de esos días de bajón en los que piensas que, si estuvieses en tu casa, el tiempo te resultaría más provechoso que intentando cambiar todo lo cambiable de un experimento para, lograr saber qué es lo que no está funcionando y, lo más importante, lograr ese resultado tan buscado. Pues, como iba diciendo, fue en un día de estos en los que, hablando con mi amiga Marta sobre un enlace de unos campos de trabajo organizados por una ONG rusa (Большая Байкальская Тропа, http://www.greatbaikaltrail.org/), acabamos embarcadas en un proyecto para mejorar unos senderos del Parque Nacional del Prebaikal.

Los experimentos no estaban funcionando así que, ¿podía tener mala suerte en otros aspectos de la vida? La respuesta es: ¡por supuesto! y, en este caso, además, era obvio, ¡habíamos decidido ir a Rusia! De las tres veces anteriores que había viajado con Marta a Rusia, en todas habíamos estado presentes en alguna desafortunada aventura. Y, “no hay dos sin tres”, “no hay quinto malo” pero, nadie ha definido qué ocurre la cuarta vez.

El primer problema llegó con la obtención de mi visado aquí en París. En Francia hay tres Embajadas Rusas donde solicitar que te tramiten el visado: Estrasburgo, Marsella y, París. Pero no todas son iguales y, la delegación de París es la que más documentación solicita (documentación que, además, no está indicada en la página web). Es evidente que no lo pongan en la web ya que, no tiene sentido esta diferencia de trato en función de qué Embajada te pille más cerca de casa pero, así es como, a veces, se entiende esto de la égalité por Francia. Por otro lado, conociendo la administración rusa y la francesa por separado, “no se puede pedir peras al olmo” cuando ambas convergen, obtener mi visado no fue fácil. Afortunadamente, cinco días antes de la fecha en la que debía de partir, me informaron de que mi visado estaba hecho y, que podía pasar a recogerlo.

Bueno, ahora sí, todo listo: visado, billetes, cómo-dónde y cuándo me juntaría con Marta y el resto de los integrantes de la expedición, mochila, etc.

Mi viaje comenzó a las 3 de la madrugada (hora local parisina) del 24 de Julio del 2012. Llegué al aeropuerto Charles de Gaulle una hora y media después de salir de mi casa en el 14e arrondisement. Esperé a que se abriesen los mostradores para la facturación, pasé todos los controles y, llegué a la puerta de embarque. Todo como la seda, ningún problema y sobre el horario previsto.
A las 13:15 (hora local en Moscú), llegué al aeropuerto de Sheremetyevo, 10 minutos antes de la hora prevista. Empiezo a sentir un cosquilleo en el estómago de los nervios que me produce siempre pasar en control de pasaporte en este país (fruto de ver, en mi primer viaje a Rusia como a una señora la llevaban los policías a la comisaría para retenerla allí hasta que saliese, unas horas más tarde, un vuelo de regreso a Madrid por un problema con el pasaporte). No obstante, paso el control sin problemas. Ahora, cruzo los dedos esperando que mi mochila salga y, ahí llega. La recojo y me dirijo hacia la oficina para cambiar dinero. 
¡Empiezan mis vacaciones!, ¿inmersión rusa? Me lanzo a hablar en ruso, primera prueba, las cifras. Resultado, satisfactorio. Lo siguiente, enterarme bien de cómo llegar desde este aeropuerto hasta el aeropuerto de Vnukovo. Parece que, estas situaciones en las que te tienes que apañar sólo, te hacen sacar de algún rincón del cerebro cosas que no usas habitualmente y, ¡información sobre cómo desplazarme entre aeropuertos con el uso de verbos de movimiento en ruso, entendida!
Al llegar al aeropuerto de Vnukovo, a eso de las 16:15 (hora de Moscú), me llama la atención que, en el control de seguridad previo a la zona de embarque no me piden ni siquiera que me quite las botas de montaña. Algo raro para ser un aeropuerto y, sobre todo, para ser un aeropuerto de Moscú.
El embarque se hace a la hora prevista, pero el avión no despega a las 19:55 como debería, sino 30 minutos más tarde. Bueno, tengo demasiado sueño así que, cierro los ojos y, duermo.
A eso de las 07:48, aterrizo en el aeropuerto de Irkutsk o, eso es lo que yo creía. ¿Un vuelo a Rusia sin anécdota? Eso, en mis viajes a este país, no existe. Por lo poco que entiendo a la chica rusa que está sentada a mi lado en el avión, hemos aterrizado en otro aeropuerto. A todo esto, tengo tal descontrol horario que, no sé exactamente qué hora es, tan sólo sé que, en París son las 00:48 h.
Al bajar del avión llegamos a algo parecido a una terminal en un aeropuerto que, parece un polideportivo (quizás más pequeño) con dos pisos y muchos tabiques para hacer varias salas. Lo mejor es que, no hay paneles informativos así que, no sé dónde estoy, no sé qué hora es, no sé qué va a pasar ahora. Afortunadamente, el aeropuerto tiene una terracita y da el sol. Envío un mensaje al móvil español de Marta, confiando en que los mensajes lleguen. Quince minutos después recibo respuesta con toda la información que debería saber: estoy en el aeropuerto de una ciudad llamada Ulán Udé, el avión no ha podido aterrizar en Irkutsk por razones climatológicas y, ¡no se sabe cuando saldremos hacia Irkutsk! así que, la expedición sigue su viaje sin mi, según el horario previsto y, cuando llegue a Irkutsk ya me dirán cómo llegar a dónde sea que tenga que llegar para unirme al resto.
Tras cuatro horas de espera en el aeropuerto de Ulán Udé, emprendemos rumbo hacia Irkutsk. Llego allí a las 11:10, voy a por mi mochila y, ¿ahora qué? No conozco a nadie y, no sé si tengo que esperar a alguien en el aeropuerto. Intento localizar a Marta pero su móvil está apagado o fuera de cobertura. En el mismo momento en el que, suma de mi cansancio y la desesperación, me iba a poner a llorar, apareció una chica que me preguntó si yo era Pilar. Era Sveta, una de las organizadoras de los proyectos.
Nos informamos del horario del autobús que hay para ir hasta Bolshoe Goloustnoe, un pueblecito en la costa occidental del Baikal. Una vez allí, siguiendo un sendero y caminando durante una hora y media, debería de llegar hasta el campamento donde se encuentra el resto. A las 16:00 (hora de Irkutsk) el autobús sale hacia este pueblecito a orillas del Lago Baikal. Y, ¡qué autobús! Unas cortinas digamos que, curiosas; la tapicería, peor que la del RER-B de París. Los que hemos llegado primero tenemos suerte, podemos ir sentados (un poco juntitos, eso sí, por si tenemos frío con estos 30 grados que hace en Irkutsk); los que han llegado más tarde y, aquellos que vamos recogiendo por el camino, en las supuestas paradas de bus (no indicadas), tienen que ir de pie.

Vista desde la última fila y, antes de que se llenase de gente, del autobús que me llevó hasta Bolshoe Goloustnoe

Al ver que el autobús para en cualquier parte, me empiezo a preguntar cómo sabré dónde me debo de bajar. Y, mis dudas empiezan a convertirse en dudas razonables y preocupantes cuando veo que dejamos una carretera para adentrarnos en un camino de tierra y piedras, lleno de baches. ¡Tengo la sensación de llevar siglos viajando! Creo que hasta ahora no he sido consciente de que, ¡estoy en Asia y en la Rusia muuuuuuuy profunda! Aún así, decido ir hasta la última parada que haya, al fin y al cabo, si hubiese tenido que bajar antes, ¡me lo hubiese indicado Sveta!
Por fin, a las 19:15, ¡llegué a Bolshoe Goloustnoe!, frente a mi, por detrás de las casas, ¡el Lago Baikal!

Mi primera imagen del Lago Baikal. Poco a poco me acercaba a mi destino.