miércoles, 14 de noviembre de 2012

Memorias para no olvidar "nunca mais"


13 de Noviembre del 2002. Han pasado 10 años. Ese año estaba en mi tercer curso de la Licenciatura en Biología. Por aquel entonces, estaba lejos de imaginar que algún día llegaría a ser Científico.
No recuerdo qué hice ese día. Probablemente fue un día  normal.  Pero, a veces, los días más normales se marcan en el calendario y éste, para bien o para mal, quedó marcado en la memoria de mucha gente y, en esta ocasión, más intensamente en la costa del norte de España. El 13 de Noviembre del 2002, el petrolero Prestige se hundía a menos de 300 km de la costa gallega dejando escapar toneladas de fuel que formarían una marea negra. Un negro que ya advertía que sería la muerte de miles de individuos de distintas especies y de una costa que necesitará años para volver a recobrar su pureza (La costa "recuperada" diez años después (Por Ricardo Rodríguez. Fuente: Cadena Ser).

Durante semanas este hecho marcó los titulares de la prensa y de los telediarios (Los días clave de la catástrofe (Fuente: El País). Mientras los políticos peleaban entre ellos para decidir quién era el culpable (Los hombres del Prestige. Por Mariola Lourido. Fuente: Cadena Ser y Los políticos clave. Por Xosé Hermida. Fuente: El País) la costa norte española se iba hundiendo en ese fuel llamado chapapote. Y, mientras, a pie de calle, los pescadores lloraban por su costa, probablemente la costa que les vio crecer, a ellos y a sus generaciones pasadas. Quizás fue el grito de las costas muriendo por la llamada marea negra, o quizás fue las lágrimas de los pescadores pidiendo ayuda para salvarlas lo que provocó una movilización de gran parte de la sociedad, una marea blanca que declararía la guerra al chapapote (Los voluntarios del Prestige, vivir por y para el chapapote. Por Ana Martínez Concejo. Fuente: Cadena Ser).

Recuerdo que todos los días veía en la televisión las costas cubiertas por un manto negro, pájaros cubiertos de chapapote y al borde de la muerte, una marea blanca de gente que, tras horas de batalla para intentar limpiar el chapapote, acababan salpicados de petróleo (Los días más negros de Galicia. Por María Romero. Fuente: Cadena Ser). También recuerdo que, distintas asociaciones de la Universidad de Salamanca vinieron a mi facultad a pedir voluntarios. Ninguna mano limpia para ayudar a la lucha sobraba. Fue así como decidí que ese año pasaría el final de mis vacaciones de Navidad en la costa gallega, recogiendo esa basura negra que, de buen gusto hubiese enviado a los políticos de la Monclóa como “regalo” del día de Reyes por su “buen” hacer.

Diez años después aún recuerdo cuando me subí a ese autobús rumbo a Carnota. Era el 1 de Enero del 2003 y, así empecé mi año. En un autobús lleno de gente desconocida con la que compartiría una semana. Todos diferentes pero unidos por una causa. Llegamos por la tarde a nuestro destino. Nos alojamos en las casas de gente que, de forma gratuita las habían cedido para los voluntarios. Allí me rodee de los que, por unos días, serían mis compañeros de lucha: un abogado, una estudiante de primer año de Biología, una enfermera, una psicopedagoga, un ingeniero de obras públicas y, un artista del vidrio serían mi núcleo más próximo. Nunca olvidaré el compañerismo, la amabilidad y el esfuerzo de la gente de aquel pueblecito de pescadores por hacernos sentir como en casa, esa gente que se volcó para darnos todo tan sólo porque nosotros pusimos nuestras manos.
Y, desgraciadamente, tampoco olvidaré la arena de la playa cubierta por una alfombra negra, el chapapote incrustado en los poros de las rocas, esas medusas intoxicadas por el fuel, los pájaros que moribundos intentaban escapar de la marea negra, ese delfín muerto por asfixia a causa del chapapote que obstruyó su ocelo… El olor a petróleo, la sensación cuando el chapapote se iba acumulando en el traje y en los guantes, su viscosidad, su color…Esa sensación de impotencia cuando al final de la jornada mirabas el mar que amenazaba con traer, ola tras ola, ese veneno negro; esas ganas de llorar cuando, al día siguiente, había que partir de cero porque el chapapote había aprovechado la noche para ganarnos un día más la batalla.


Diez años después, hay cosas que se siguen hundiendo. Una vez más, los políticos parecen no mirar en la misma dirección que la sociedad. Hoy es un buen día para decir que “nunca mais”; para recordar a todos los que, de una forma u otra, fueron parte de esa marea blanca; para devolver la sonrisa a todos los que han vivido el chapapote no sólo una semana o un mes, sino día tras día desde hace 10 años.