Una vez en Bolshoe Goloustnoe,
debo continuar para llegar al sitio donde han acampado mis compañeros. Desafortunadamente,
no sé dónde está ese maravilloso sitio. En estos momentos, recuerdo que Dorothy*
tuvo que seguir el camino de baldosas amarillas. Alrededor no veo ningún camino
de baldosas y, mucho menos de color amarillo. Pero decido dejarme llevar por lo
que me resulta más lógico y sigo el camino que parece ser más principal.
Mi particular camino de "baldosas amarillas"
Pero
no todo puede ser tan fácil y, absorta en mis propios pensamientos, las dudas
deciden acompañarme: “de las 20 paradas que ha hecho el bus en este pueblecito,
¿he bajado en la correcta?” Si he bajado en la parada adecuada, genial. Pero,
si no, podría estar andando en el sentido contrario. Quizás desde alguna de las
otras paradas que hizo el autobús salga algún camino. ¿Y si ese supuesto camino
es el correcto?
Un perro negro decide sacarme de
mis reflexiones con sus ladridos. El perro está delante de mí. Me mira, me
ladra así que, decido desviar mi mirada y, dejar de avanzar directa hacia él
para hacerlo por un costado y, de esta manera, hacerle ver que, no quiero
conflictos con él. El perro comienza a seguirme. Me paro, se me acerca, le dejo
que me huela la mano y, le acaricio. A partir de este momento, equivocada o no,
continúo mi viaje acompañada de un perro. Como cualquier otro integrante de
esta especie de cánidos, este lindo perrito me vuelve positiva. Quizás, este
peludo de cuatro patas y rasgos de perro nórdico podría ser el Hombre de Hojalata
o, el Hombre de Paja o, el León que, acompañaron a Dorothy en su camino en
busca del Mago de Oz. Pero, no puedo seguir mi viaje con él sin que nuestra
relación sea un poco más cercana de modo que, decido ponerle un nombre: Sibir. Al
andar no apoya su pata derecha trasera. Aún así, avanza más rápido que yo. Cada
cierto tiempo se para, se asegura que sigo detrás y, si estoy lejos, espera.
Sibir
No sé cuanto tiempo llevo
caminando. En realidad, prefiero no saberlo. Ahora, estoy casi convencida de
que voy por el camino correcto. Voy cruzándome con gente hasta que, de repente,
a lo lejos veo a alguien conocido, ¡Marta! Por fin, ahora sí, estaba en el buen
camino, las vacaciones habían comenzado.
Mientras caminamos hacia la zona
donde estaban acampados, Marta me informa de la gente que compone el resto de
la expedición. Yo le cuento mi viaje. El perro negro ha desaparecido.
Al cabo de una hora, llegamos al
lugar donde estaban los demás. En total éramos nueve personas: tres rusas (una
de ellas la guía), un australiano, dos alemanes, un suizo y, las dos españolas
(Marta y yo). Y, nuevamente, allí está Sibir, esperando nuestra llegada, convencido de que, si bien no seguimos su atajo para llegar antes, llegamos. Mi duda siempre será ¿cómo sabía que íbamos hasta allí?
Sibir esperando nuestra llegada en el campamento.
"Hogar, dulce hogar" y, este sitio sería mi casa durante los 12 siguientes días.
Esa noche, recuerdo que, tenía una sensación
rara, de apatía. Estaba desubicada, incluso sin humor para interaccionar
demasiado con el resto. Era hora de tumbarme dentro de mi saco a descansar. Al día siguiente, quizás lograse
armonizarme con la naturaleza del Lago Baikal.
* Protagonista del libro “El Mago
de Oz”, escrito por Lyman Frank Baum.