martes, 4 de septiembre de 2012

Viaje al Lago Baikal (II): "caminante no hay camino"


Una vez en Bolshoe Goloustnoe, debo continuar para llegar al sitio donde han acampado mis compañeros. Desafortunadamente, no sé dónde está ese maravilloso sitio. En estos momentos, recuerdo que Dorothy* tuvo que seguir el camino de baldosas amarillas. Alrededor no veo ningún camino de baldosas y, mucho menos de color amarillo. Pero decido dejarme llevar por lo que me resulta más lógico y sigo el camino que parece ser más principal. 

Mi particular camino de "baldosas amarillas"

Pero no todo puede ser tan fácil y, absorta en mis propios pensamientos, las dudas deciden acompañarme: “de las 20 paradas que ha hecho el bus en este pueblecito, ¿he bajado en la correcta?” Si he bajado en la parada adecuada, genial. Pero, si no, podría estar andando en el sentido contrario. Quizás desde alguna de las otras paradas que hizo el autobús salga algún camino. ¿Y si ese supuesto camino es el correcto?
Un perro negro decide sacarme de mis reflexiones con sus ladridos. El perro está delante de mí. Me mira, me ladra así que, decido desviar mi mirada y, dejar de avanzar directa hacia él para hacerlo por un costado y, de esta manera, hacerle ver que, no quiero conflictos con él. El perro comienza a seguirme. Me paro, se me acerca, le dejo que me huela la mano y, le acaricio. A partir de este momento, equivocada o no, continúo mi viaje acompañada de un perro. Como cualquier otro integrante de esta especie de cánidos, este lindo perrito me vuelve positiva. Quizás, este peludo de cuatro patas y rasgos de perro nórdico podría ser el Hombre de Hojalata o, el Hombre de Paja o, el León que, acompañaron a Dorothy en su camino en busca del Mago de Oz. Pero, no puedo seguir mi viaje con él sin que nuestra relación sea un poco más cercana de modo que, decido ponerle un nombre: Sibir. Al andar no apoya su pata derecha trasera. Aún así, avanza más rápido que yo. Cada cierto tiempo se para, se asegura que sigo detrás y, si estoy lejos, espera.

Sibir

No sé cuanto tiempo llevo caminando. En realidad, prefiero no saberlo. Ahora, estoy casi convencida de que voy por el camino correcto. Voy cruzándome con gente hasta que, de repente, a lo lejos veo a alguien conocido, ¡Marta! Por fin, ahora sí, estaba en el buen camino, las vacaciones habían comenzado.
Mientras caminamos hacia la zona donde estaban acampados, Marta me informa de la gente que compone el resto de la expedición. Yo le cuento mi viaje. El perro negro ha desaparecido.
Al cabo de una hora, llegamos al lugar donde estaban los demás. En total éramos nueve personas: tres rusas (una de ellas la guía), un australiano, dos alemanes, un suizo y, las dos españolas (Marta y yo). Y, nuevamente, allí está Sibir, esperando nuestra llegada, convencido de que, si bien no seguimos su atajo para llegar antes, llegamos. Mi duda siempre será ¿cómo sabía que íbamos hasta allí?

Sibir esperando nuestra llegada en el campamento. 


"Hogar, dulce hogar" y, este sitio sería mi casa durante los 12 siguientes días. 

Esa noche, recuerdo que, tenía una sensación rara, de apatía. Estaba desubicada, incluso sin humor para interaccionar demasiado con el resto. Era hora de tumbarme dentro de mi saco a descansar. Al día siguiente, quizás lograse armonizarme con la naturaleza del Lago Baikal.

* Protagonista del libro “El Mago de Oz”, escrito por Lyman Frank Baum.