Además de la ley de Gravitación
Universal, hay otras leyes, también universales no escritas que son el pan
nuestro de cada día. Todas estas leyes se acumulan en un compendio de leyes
llamado leyes de Murphy. En honor a Edward A. Murphy Jr. que durante la década de los 50 del
pasado siglo, “postuló” la Ley de Murphy: “si algo puede salir mal, saldrá mal”.
Cuando trabajas en el
laboratorio, debido a ese rigor experimental de los científicos que,
obviamente, marca nuestros experimentos, las leyes de Murphy, siempre, siempre
se cumplen. Y, esta vez, no iba a ser menos.
Tras un par de meses en los que
ninguno de mis trabajos parecía avanzar, en uno de esos días de bajón en los
que piensas que, si estuvieses en tu casa, el tiempo te resultaría más provechoso
que intentando cambiar todo lo cambiable de un experimento para, lograr saber
qué es lo que no está funcionando y, lo más importante, lograr ese resultado
tan buscado. Pues, como iba diciendo, fue en un día de estos en los que,
hablando con mi amiga Marta sobre un enlace de unos campos de trabajo organizados
por una ONG rusa (Большая Байкальская
Тропа, http://www.greatbaikaltrail.org/),
acabamos embarcadas en un proyecto para mejorar unos senderos del Parque Nacional
del Prebaikal.
Los experimentos no estaban
funcionando así que, ¿podía tener mala suerte en otros aspectos de la vida? La
respuesta es: ¡por supuesto! y, en este caso, además, era obvio, ¡habíamos
decidido ir a Rusia! De las tres veces anteriores que había viajado con Marta a
Rusia, en todas habíamos estado presentes en alguna desafortunada aventura. Y, “no
hay dos sin tres”, “no hay quinto malo” pero, nadie ha definido qué ocurre la
cuarta vez.
El primer problema llegó con la
obtención de mi visado aquí en París. En Francia hay tres Embajadas Rusas donde
solicitar que te tramiten el visado: Estrasburgo, Marsella y, París. Pero
no todas son iguales y, la delegación de París es la que más documentación
solicita (documentación que, además, no está indicada en la página web). Es evidente que no lo pongan en la web ya que, no tiene sentido esta
diferencia de trato en función de qué Embajada te pille más cerca de casa pero,
así es como, a veces, se entiende esto de la égalité por Francia. Por otro lado, conociendo la administración
rusa y la francesa por separado, “no se puede pedir peras al olmo” cuando ambas
convergen, obtener mi visado no fue fácil. Afortunadamente, cinco días antes de la fecha en la que debía de partir, me informaron de que mi visado estaba hecho y, que podía pasar a recogerlo.
Bueno, ahora sí, todo listo:
visado, billetes, cómo-dónde y cuándo me juntaría con Marta y el resto de los
integrantes de la expedición, mochila, etc.
Mi viaje comenzó a las 3 de la
madrugada (hora local parisina) del 24 de Julio del 2012. Llegué al aeropuerto
Charles de Gaulle una hora y media después de salir de mi casa en el 14e arrondisement. Esperé a que se abriesen
los mostradores para la facturación, pasé todos los controles y, llegué a la
puerta de embarque. Todo como la seda, ningún problema y sobre el horario
previsto.
A las 13:15 (hora local en
Moscú), llegué al aeropuerto de Sheremetyevo, 10 minutos antes de la hora
prevista. Empiezo a sentir un cosquilleo en el estómago de los nervios que me
produce siempre pasar en control de pasaporte en este país (fruto de ver, en mi
primer viaje a Rusia como a una señora la llevaban los policías a la comisaría
para retenerla allí hasta que saliese, unas horas más tarde, un vuelo de
regreso a Madrid por un problema con el pasaporte). No obstante, paso el control sin problemas. Ahora, cruzo los dedos
esperando que mi mochila salga y, ahí llega. La recojo y me dirijo hacia la
oficina para cambiar dinero.
¡Empiezan mis vacaciones!, ¿inmersión rusa? Me lanzo
a hablar en ruso, primera prueba, las cifras. Resultado, satisfactorio. Lo
siguiente, enterarme bien de cómo llegar desde este aeropuerto hasta el
aeropuerto de Vnukovo. Parece que, estas situaciones en las que te tienes que
apañar sólo, te hacen sacar de algún rincón del cerebro cosas que no usas
habitualmente y, ¡información sobre cómo desplazarme entre aeropuertos con el uso
de verbos de movimiento en ruso, entendida!
Al llegar al aeropuerto de
Vnukovo, a eso de las 16:15 (hora de Moscú), me llama la atención que, en el
control de seguridad previo a la zona de embarque no me piden ni siquiera
que me quite las botas de montaña. Algo raro para ser un aeropuerto y, sobre
todo, para ser un aeropuerto de Moscú.
El embarque se hace a la hora
prevista, pero el avión no despega a las 19:55 como debería, sino 30 minutos
más tarde. Bueno, tengo demasiado sueño así que, cierro los ojos y, duermo.
A eso de las 07:48, aterrizo en
el aeropuerto de Irkutsk o, eso es lo que yo creía. ¿Un vuelo a Rusia sin anécdota?
Eso, en mis viajes a este país, no existe. Por lo poco que entiendo a la chica
rusa que está sentada a mi lado en el avión, hemos aterrizado en otro
aeropuerto. A todo esto, tengo tal descontrol horario que, no sé exactamente
qué hora es, tan sólo sé que, en París son las 00:48 h.
Al bajar del avión llegamos a algo
parecido a una terminal en un aeropuerto que, parece un polideportivo (quizás
más pequeño) con dos pisos y muchos tabiques para hacer varias salas. Lo mejor
es que, no hay paneles informativos así que, no sé dónde estoy, no sé qué hora
es, no sé qué va a pasar ahora. Afortunadamente, el aeropuerto tiene una
terracita y da el sol. Envío un mensaje al móvil español de Marta, confiando en
que los mensajes lleguen. Quince minutos después recibo respuesta con toda la
información que debería saber: estoy en el aeropuerto de una ciudad llamada
Ulán Udé, el avión no ha podido aterrizar en Irkutsk por razones climatológicas
y, ¡no se sabe cuando saldremos hacia Irkutsk! así que, la expedición sigue su
viaje sin mi, según el horario previsto y, cuando llegue a Irkutsk ya me dirán cómo
llegar a dónde sea que tenga que llegar para unirme al resto.
Tras cuatro horas de espera en el
aeropuerto de Ulán Udé, emprendemos rumbo hacia Irkutsk. Llego allí a las
11:10, voy a por mi mochila y, ¿ahora qué? No conozco a nadie y, no sé si tengo
que esperar a alguien en el aeropuerto. Intento localizar a Marta pero su móvil
está apagado o fuera de cobertura. En el mismo momento en el que, suma de mi
cansancio y la desesperación, me iba a poner a llorar, apareció una chica que
me preguntó si yo era Pilar. Era Sveta, una de las organizadoras de los
proyectos.
Nos informamos del horario del
autobús que hay para ir hasta Bolshoe Goloustnoe, un pueblecito en la costa occidental del Baikal. Una vez allí, siguiendo un sendero y caminando durante una hora y media, debería de llegar hasta el campamento
donde se encuentra el resto. A las 16:00 (hora de Irkutsk) el autobús sale
hacia este pueblecito a orillas del Lago Baikal. Y, ¡qué autobús! Unas cortinas
digamos que, curiosas; la tapicería, peor que la del RER-B de París. Los que
hemos llegado primero tenemos suerte, podemos ir sentados (un poco juntitos, eso
sí, por si tenemos frío con estos 30 grados que hace en Irkutsk); los que han
llegado más tarde y, aquellos que vamos recogiendo por el camino, en las
supuestas paradas de bus (no indicadas), tienen que ir de pie.
Vista desde la última fila y, antes de que se llenase de gente, del autobús que me llevó hasta Bolshoe Goloustnoe
Al ver que el autobús para en
cualquier parte, me empiezo a preguntar cómo sabré dónde me debo de bajar. Y,
mis dudas empiezan a convertirse en dudas razonables y preocupantes cuando veo
que dejamos una carretera para adentrarnos en un camino de tierra y piedras,
lleno de baches. ¡Tengo la sensación de llevar siglos viajando! Creo que hasta ahora no he sido consciente de que, ¡estoy en Asia y en la Rusia muuuuuuuy profunda! Aún así, decido ir hasta la última parada que haya, al fin y
al cabo, si hubiese tenido que bajar antes, ¡me lo hubiese indicado Sveta!
Por fin, a las 19:15, ¡llegué
a Bolshoe Goloustnoe!, frente a mi, por detrás de las casas, ¡el Lago Baikal!
Mi primera imagen del Lago Baikal. Poco a poco me acercaba a mi destino.